Entrad a mi reino



Entre estas inmemoriales ruinas de desolación, me dispongo ahora, en el silencio de mi soledad, en mi sombrío bosque, bajo la negra noche sin luna, sentado majestuoso en mi trono sangriento, eternamente carcomido por sombríos pensamientos que no me dan un segundo de paz o de reposo y que necesito expresar, a abrir las puertas de mi oscuro reino, de los vastos dominios de mi fría mente, de los grises abismos nacidos de una lógica que, raptada por mí de la perpetua vigilancia de los hombres, nunca me canso de violar; ¡y que abandone toda esperanza quien suba aquí! Pero antes que nada debo prevenirte, a ti, oh es­píritu pusilánime, hijo de la miserable progenie de un tiempo que ha sido maldito con mi presencia, vil siervo del suelo y de la comodidad, que te arrepentirás de leer este diario si llegas a encontrarlo y te atreves a profanar con tus asustados ojos sus líneas sangrientas, pues contendrá mi pensamiento, y no soy el afable narrador que creíste conocer en la Introducción, ni me parezco a los otros poetas filósofos que has leído con anterioridad, ni tampoco a ti. En consecuencia, por si no lo has entendido aún, te lo diré una vez más: ¡abandona tu absurdo propósito de leer estas palabras, que no son para ti!; pues es aquí donde el hijo del sepulcro se despojará de su engañosa máscara y se mostrará ante ti tal cual es; es aquí donde apartará las oscuras nieblas que ocultan el gran abismo que le separa del hombre y te lo hará ver, para que te llenes de horror y de vergüenza; es aquí donde se revelará el demonio de arrogancia, el muerto entre los vivos, aquel que, espantoso hermano de la inmunda hiena, profiere incesantemente maldiciones cuyos ecos jamás morirán, desde su alta torre, contra las tierras que duermen, y que a menudo sueñan con él y lo llaman Muerte; es aquí donde el eficaz taladro de sus verdades maquillará tu rostro con el matiz de la agonía. ¡Yo mismo te lo digo: apártate de mí y sigue transitando esos nefandos senderos de servil alegría que yo no envidio, gusano, aunque sé que te dan una estúpida y efímera dicha! Sí, aférrate a ellos, pues es lo poco que tienes, y no podrás aspirar a más. Yo te lo ordeno. Si acaso leyeses mis palabras con una serena y meditabunda atención podrías terminar suicidándote (¡ah, con cuánta belleza se presenta este cuadro a mis ojos!); o podrías dedicar el resto de tu vida a intentar darme muerte (pues ignoras que yo ya estoy muerto); o, peor aún, podrías volverte más que un hombre. Y esto último es lo que no deseo, pues amo observarte desde lo alto de mi negra torre mientras te arrastras por el limo de tu baja vida, oh fatigado autómata, ignorando que eres para mí objeto, en un detenido estudio que para nada te favorece, del más ridículo examen. ¡Pues poco me importas! Mas adoro observarte prudentemente. ¡Ah!, qué dulce es a mis ojos el verte aceptar con una dócil sonrisa las imposiciones que la sociedad en la que vives arroja con desdén, día a día, sobre tu sudoroso cráneo, privándote así del goce o tormento de desarrollarte en tu verdadera naturaleza; pues sólo eres lo que ellos hicieron de ti. ¿Acaso es esa ropa, tan fea como adecuadamente incómoda, la que te agrada llevar, o es la que necesitas en este tiempo y lugar para poder trabajar durante sesenta años y tener así la posibilidad de comprarte una familia y una vida serena para luego morir, como un innoble anciano, enterrando un nombre que ni los gusanos de tu sepulcro recordarán? ¿Acaso era tu deseo primordial casarte y perder así tu libertad, o lo hiciste porque envidiaste la felicidad de una noche que aparentemente experimentó tu vecino al hacerlo, o porque la Iglesia necesitaba que fueses miserable toda tu vida para que siguieses acudiendo a ella en busca de alivio? ¿Eh? ¡Dime! ¿Acaso estaba en tu naturaleza la necesidad de forjar esas cadenas con tu propia esclavitud, tus caras posesiones y tu familia, cadenas que repercuten sobre el individuo en forma de una multiplicación de sus responsabilidades y necesidades, atándolo para siempre a su servidumbre, oh mísero gorgojo del pan gratificado con vacaciones anuales remuneradas? Viendo cuán abrumado estás por el significativo peso de la uniforme adopción de conductas contrarias a la lógica que te es necesaria para poder gozar de la vida en sociedad, vida cuya totalidad desperdicias en trabajo, puedo afirmar que serás siempre ante mis ojos un deleznable objeto de irrisión, aunque tú digas y creas que yo soy sólo un pobre diablo que habla así pues carece de todo lo que tú tienes y, transido por el hambre más insoportable, arrastrándose bajo los indiferentes ojos del universo sin amigos, compañía, afecto o comprensión, endiosa su inmadurez y su miseria y brama furioso contra el mundo de los vivos. Y si bien es cierto que a veces, cuando mi soledad aúlla demasiado fuerte en mi pecho, o cuando paso toda la noche deseando que la muerte me sumerja en el océano de la nada, me pregunto si no tendrá razón el mundo y si no sería mejor lobotomizarme para, pareciéndome de ese modo un poco más al humano promedio, poder obtener sin dificultad un buen empleo, una bella esposa y unos hijos lozanos, nunca tarda mucho mi naturaleza orgullosa en rebelarse gritando que, por mucho que mi sendero, al alejarse de las populosas avenidas del vulgo, me conduzca indefectiblemente a gélidas regiones invernales de hambruna y desolación, existe, sin embargo, una enorme e irrenunciable gloria en no ser uno más entre los incontables corderos de ese gran rebaño esclavo de los usos mundanos que, moviéndose grotescamente en conjunto a través de las fecundas pasturas de la abundancia, guiados por la crucial campanilla de la moda, menosprecian mi muy personal aunque ardua y frugal libertad de creador llamándola, engañados, pobreza y abandono. Así pues, creo que ya puedo contarte con bastante confianza, oh humano, lo repugnante que es para mí verte, durante todo el tiempo comprendido entre tu vil nacimiento y tu muerte, deshaciéndote en lujuria ante la tibieza de las papilas linguales de unos éxitos falaces, que sólo pueden ser tomados como tales por quienes, enamorados de la seguridad de un corral, ignoran el placer que encontramos en el cortante y a menudo mortal frío de las alturas quienes estamos dotados de negras alas de demonio. ¡Pero basta! No puedo mirar tanto tiempo hacia abajo, no: no seguiré rebajándome a hablar contigo... ¡Ay!, había previsto algo así: un diálogo tan intenso con un hipotético humano acarrearía una determinante pérdida de tiempo que me privaría, por último, de disponer de la posibilidad de transcribir siquiera una de mis filosofías o vivencias para dar inicio a mi obra y a mi redención por el arte... Pero así fue. No importa: que mi reino de horror y perdición infinita mantenga cerradas sus puertas un tiempo más. La Noche invoca ahora toda la energía de mis pensamientos; me abstraigo, pues, en la eterna maduración de mis planes de odio y de conquista, dejando para mejor momento el inicio de mi infame diario.

1 comentario:

E. dijo...

El impresionante cuadro que ilumina este furioso aunque benévolo preámbulo es obra del romántico Caspar David Friedrich (1774-1840). Su título es Klosterfriedhof im Schnee.

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